martes, 19 de julio de 2011

Calidad de vida: cómo enriquecerla


Publiqué recientemente este artículo en el sitio de CEO Forum, de Vistage. Les comparto el comienzo:

"Existe una diferencia que es necesario hacer explícita, entre “nivel de vida” y “calidad de vida”. Cuando hablamos de lo primero, referimos a la disponibilidad de bienes materiales, cosas y posesiones de las que disponemos.

Cuando hablamos de calidad de vida nos referimos al grado de alegría, buen ánimo, felicidad, sensaciones de gozo y plenitud, conexión con lo bueno que la vida nos ofrece… En este plano todos somos aprendices y es mucho lo que podemos enriquecernos.

Asumir la calidad de vida y la felicidad como parte de lo que más nos importa y da sentido a nuestra existencia, no es tarea sencilla. Para la forma de concebir la vida que nos organizó como personas y nos entregó los mandatos de “cómo vivir”, el hecho de ser feliz y disfrutar de la vida es un tema marginal y poco significante respecto a lo que se concebía como lo verdaderamente valorable: llegar a “ser alguien” en la vida. Alguien útil, poderoso, una persona importante…"

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lunes, 18 de julio de 2011

Cómo hacer que el trabajo no sea un sacrificio

Las personas nos relacionamos con el trabajo de maneras que heredamos de generaciones que vivieron en condiciones tecnológicas muy diferentes a las actuales. Esa herencia nos impide degustar la tarea y vivenciarla con ganas. Vivimos el tiempo de trabajo como tiempo alienado, y eso también corroe las posibilidades de bienestar en nuestras vidas.
Creo que debemos repensar la actitud que nos hace vivir el trabajo desde una emocionalidad cuyo eje pasa por sentir todo esfuerzo laboral como penoso. El trabajo acapara muchas horas de nuestra vida cotidiana. Por lo tanto recrear nuestra actitud en este plano es una cuestión principal en el cuidado de nuestra vida. No podemos dejarla a la deriva y a merced de las circunstancias: es necesario bucear en la historia cultural y en nosotros mismos, a fin de encontrar las dificultades, las posibilidades superadoras y los caminos para afirmarlas.

Un buen comienzo puede ser repensar la frase bíblica “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Las condiciones socio-culturales de épocas pasadas hicieron que esta frase fuera usada como un mandato para lograr el auto-disciplinamiento productivo. Fue uno de los caminos en que la religión institucionalizada participó en la tarea de disciplinar a las personas en el trabajo. Para comprender esta formulación bíblica es necesario puntualizar que ella estaba estrechamente vinculada con situaciones históricas en las que “ganarse el pan” requería mucho sacrificio.

En nuestros días sería bueno interpretar esta frase como una extensión del “no robarás” de los célebres diez mandamientos. Quizás esta sea una significación que convenga más a los tiempos actuales, tan plenos de corrupción y de utilitarismo desaforado. En esta lectura el texto nos diría que todos debemos asumir responsabilidades productivas y evitar los oportunismos que a algunos les permite apropiarse del esfuerzo de otros.

Sacudirse el mandato

Sea como fuere, lo cierto es que aquello de “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” se instaló en nuestras referencias morales como exigencia de disposición al esfuerzo penoso. En la actualidad las transformaciones en las condiciones tecnológicas de la producción hacen posible y deseable la relectura del mandato: hoy la acción productiva está asistida por un desarrollo tecnológico (saberes y maquinarias) que acrecentó de manera radical la fuerza humana.

Para ayudarnos a traer a nuestras mentes la dimensión de esta evolución histórica del trabajo, propongo recurrir al lenguaje: en nuestros días es difícil pensar en situaciones de esfuerzo en que alguien se “deslome” de manera literal (conservo el recuerdo de esta palabra desde mi infancia acontecida en el campo argentino de la década de los 40, cuando todavía solía usarse para referirse de manera literal a situaciones muy concretas) El diccionario explica “deslomar”: como “lastimar gravemente los lomos [de una persona o animal]”. Hoy sólo puede usarse esa expresión metafóricamente: en nuestros días apretar un botón o bajar una palanca mueve fuerzas superiores a las de muchos hombres. Esta es una consecuencia concreta del avance tecnológico que transformó las acciones productivas de los humanos.
Otra transformación importante es que la robótica se hizo cargo de los actos repetitivos. La primera etapa de la era industrial se caracterizó por la reiteración infinita de las mismas acciones durante horas interminables: en ese entonces el sacrificio no consistía sólo en “deslomarse” sino en confinar el propio ser a operar como parte de una máquina durante las horas de trabajo.

Hoy las acciones humanas productivas son principalmente actividades de supervisión de las máquinas, y en esta situación se nos hace posible –y se nos requiere- otra actitud en la tarea: necesitamos más creatividad y autonomía. Actualmente no nos sirve posicionarnos ante el trabajo desdevuna base emocional anclada en el esfuerzo penoso. Eso nos debilita la imaginación y la inventiva. Las condiciones materiales en que trabajamos actualmente hacen que podamos replantear esta actitud y para eso conviene preguntarnos sobre nuestra relación con el trabajo. Sin embargo, para hacerlo será bueno ser concientes de otras dos cuestiones importantes.

La retribución económica no es lo único

Nuestro trabajo genera la reproducción constante de lo que necesitamos para vivir. Esto se organiza en nuestra experiencia a través de la retribución económica por el trabajo: con ella adquirimos en el mercado lo que otros producen, y así disponemos de lo que constituye la “canasta” de nuestras necesidades. Más allá de los desequilibrios sociales en la distribución de la riqueza, todos los que trabajamos adquirimos lo que precisamos con ese resultado económico. Sin dudas esto hace que se trate de un sentido muy importante de nuestra tarea, el problema es que suele convertirse en único.

La estrechez de esta mirada nos posiciona de tal manera que experimentamos el trabajo como si todo lo que importara fuese la retribución o rentabilidad económica. Es esta la perspectiva casi excluyente a través de la cual estamos acostumbrados a evaluar un empleo o una actividad empresarial: “¿Cuánto ganas? ¿Cómo te va en los negocios?”. Esto hace que el tiempo de trabajo sea vivido sólo en función de su resultante económica. Sentimos que debemos entregar una parte de nuestro tiempo para obtener a cambio una recompensa económica. Ponemos todo el sentido de la actividad en el resultado y no registramos lo que va pasando en la actividad misma sino como un costo.

¿Qué hay de nuestro presente así organizado? En esta forma de la experiencia no podemos registrar lo que nos importa y agrada del presente, pues éste se desvanece al poner su sentido más allá de sí mismo. Lo que sugiero es abrir el registro, ampliarlo, permitirnos disfrutar de lo que nos guste hacer aún cuando estemos trabajando. Lo que hacemos puede gustarnos mucho o muy poco, pero siempre habrá posibilidad de registrar aspectos positivos. Paladear la tarea no significa negar la importancia de los resultados. “Más gusto” no implica “menos resultado”, sino todo lo contrario.

La realización personal también importa

El trabajo es uno de los planos de la experiencia en que el ser humano trasciende su ser para crear realidades más allá de sí mismo. Es una de las actividades en la que se realiza objetivándose: Es decir, crea fuera de sí algo que surge de sí mismo, de su energía y de su accionar. Los productos o servicios que genera existen más allá de él una vez creados. Su vida es de este modo generadora de posibilidades que se ofrecen a la vida de otros.

En todo esto, y más allá de lo económico, hay una riqueza que perdemos de vista: vemos lo generado por nuestro trabajo desde la perspectiva de la “importancia personal”, lo vivimos competitivamente. No lo registramos como afirmación creadora de nuestra experiencia. De este modo es habitual que la alegría y el goce por lo hecho quede fuera de nuestras sensaciones.


En síntesis
  • Nos posicionamos desde la idea heredada de que todo esfuerzo laboral es un esfuerzo penoso.
  • Valoramos el trabajo sólo desde el resultado económico.
  • No registramos nuestras prácticas productivas como generadoras de vida y riqueza existencial.
  • Organizada de esta forma, nuestra experiencia laboral deja afuera toda significación referente a la alegría y el goce de vivir.
¿Podemos cambiar esto y mejorar nuestra experiencia laboral? En mi opinión esto es posible, pero para transformar el modo de experimentar el trabajo debemos generar en nosotros otras maneras de sentirlo-vivirlo. Para eso será bueno hacernos (y reiterarnos con frecuencia) algunas preguntas que pueden ayudarnos a encontrar las sensaciones que nos orienten hacia nuevas formas de la experiencia:
  • De mis tareas cotidianas ¿qué es lo que más me gusta hacer?
  • ¿Cómo me gustaría hacer lo que hago?
  • ¿Qué puedo cambiar para pasarla mejor en mi trabajo?
  • ¿Cómo incide lo que hago en la vida de quienes lo usan o consumen?
  • Mi trabajo, ¿genera calidad de vida a las personas, o es sólo un negocio rentable?
Este tipo de preguntas nos irán posibilitando concebir el trabajo cómo un ámbito en el que también podemos disfrutar. Harán que aparezcan novedades, primero en nuestro interior: sensaciones, deseos y posibilidades. Así irán surgiendo las primeras “puntas”: comenzaremos a imaginar y luego a actuar actitudes y maneras novedosas de enriquecer nuestra experiencia.

Al abrir las preguntas puede ser que algunas personas no logren sino ratificar que el trabajo que hacen no les gusta, y que tampoco les interesa el producto que generan. En esos casos convendrá pensar en otro proyecto. Pero para lograr una situación laboral más disfrutable no siempre hay que conseguir otra ocupación. Es posible que se trate de hacer lo mismo que estamos haciendo, pero con una actitud y un posicionamiento diferentes. Transformar la mirada nos permitirá crear posibilidades nuevas.

martes, 12 de julio de 2011

Macro y micropolítica

Cualquier transformación sustentable en el terreno de la macropolítica nacerá a partir de los cambios que realicemos en nuestras propias vidas, todos y cada uno de los miembros de la comunidad. "Tal como es arriba es abajo, tal como es abajo es arriba", dijo el sabio.

En los tiempos de grandes transformaciones sociales se desarrollan políticas y acciones orientadas a potenciar el nacimiento de lo nuevo, y otras que resisten al cambio. Esas políticas se plasman en dos niveles: uno es el de la macropolítica , en el que se aborda al hecho social como totalidad. Sus formas más habituales son las políticas de Estado, o aquellas con vocación de incidir en él. El otro nivel es el de la micropolítica: refiere a posicionamientos en el orden personal y en los grupos pequeños; involucra las acciones con que las personas van afirmando, en su realidad más inmediata, las nuevas formas que desean para su propia existencia. Al hacerlo generan cambios que se acumulan y dan mayor fuerza al proceso transformador de la sociedad. Es decir: la suma de las transformaciones de los individuos y grupos va habilitando los cambios en el plano de la macropolítica.

Algo así está ocurriendo hoy. Estamos inmersos en un proceso transformador, aunque nos resulta muy difícil verlo con la claridad con que observamos los del pasado. Nos cuesta sabernos partícipes del cambio, y actuar en consecuencia. Actuar no sólo por oposición a aquello que nos desagrada, o a las políticas de Estado imperantes, sino también en la construcción de estrategias y acciones que cultiven formas diferentes.

El gran inconveniente es que no asumimos la importancia de la micropolítica en la generación de las condiciones para el nacimiento de una nueva macropolítica. Y por lo tanto no prestamos atención a las modificaciones que necesitamos hacer en nosotros mismos y en nuestro contexto inmediato para estar en condiciones de conformar el nuevo escenario.

En tanto no aprendamos a relacionar las tareas del orden micro con las del macro, seguiremos empantanados en las viejas formas de la política. Continuaremos cediendo toda posibilidad de cambio a aquellas personas que asumen las tareas de representación y conducción.

lunes, 4 de julio de 2011

El progreso económico implicó una forma de ser persona

El texto siguiente fue extraído de “Elogio de la Crisis” un libro de Leopoldo al que se puede acceder haciendo clic aquí. Nos interesan aportes y comentarios.

"Ocurre que, aunque con objetivos centrados en lo económico y material, “el progreso” no impactó en la vida de las personas sólo en el plano económico. Tal como ocurrió, su realización requirió una concepción de la vida y una manera de ser persona que hicieran posible la inversión de toda la energía humana en su ejecución. Implicó una forma de sentir, pensar y hacer. Implicó una manera de organizar las relaciones y los afectos, los vínculos familiares y sociales. Requirió disciplinar a las personas detrás de objetivos que apuntaron a la utilidad de todo lo existente (incluida la vida misma) y a su dominio y control en función de extraer su utilidad latente. Es esa organización de lo humano que somos lo que hoy está en crisis, una forma de ser que el “progreso real” nos dejó como herencia y que aún nos hace impotentes para crear un mundo de bienestar.

Más coyunturalmente y atendiendo a nuestro pasado inmediato, es necesario también asumir las consecuencias profundas en nuestras prácticas, en nuestros pensamientos y en nuestro ser, de lo que fueron las políticas del neoliberalismo. Lo que ahora se conoce como “la década de los noventa” (y que entre nosotros comenzó bajo el imperio del terror a mediados de los setenta) no fue sólo una manera de ver y organizar los hechos económicos y las políticas nacionales.

Se trató también de una reacción ante los cambios que intentaban débilmente abrirse paso en la transformación de la vida. Su hegemonía social/política impactó, en más o en menos, en nuestros idearios personales. De maneras a veces conscientes y muchas otras inconscientes, el individualismo extremo, el salvarse a uno mismo y la desaparición “del otro” como co-existente conmigo, calaron hondo en nuestras perspectivas y deseos, en nuestras ambiciones y en nuestras prácticas".